Los ponchos y sombreros son de gran utilidad a casi 4.000 metros de altura en la provincia de Cotopaxi. El pan y la leche caliente, recién ordeñada, son alicientes para extensas jornadas de labor.
Niños y jóvenes, mujeres y hombres dejan por cuatro horas su trabajo reproductivo para asistir a la convocatoria que Julio César Pilalumbo, Presidente del Movimiento Indígena y campesino de Cotopaxi, hace a las organizaciones de bases como la UCICLA el pasado 26 de julio de 2015.
Las puertas de la iglesia, lugar donde se encuentra el evangelio y las realidades campesinas, permanecen cerradas por más de 30 minutos. Dos caballos con sus jinetes y en el balde de una camioneta 12 personas, esperan ansiosos un lugar donde resguardarse del frio.
Tres haciendas se muestran como dueñas del páramo, junto a canales de agua, tierra negra y casa de un piso; se dejan ver: perros, gallinas, bacas y gatos que, inundados de pasto y pajonales, se pierden en el monte.
La escuela unidocente de la comunidad nos recibe gustosa en sus aulas sin luz eléctrica pues también les han negado la energía.
De repente, aparecen más de 60 campesinos ocupando las bancas llenas de polvo y un pizarrón blanco desea ser escrito.
Llega el líder de la comunidad y comunica el objetivo de la reunión:
«Estamos aquí para reflexionar sobre nuestra realidad, cuáles son los problemas que tenemos y cómo solucionarlos, menciona poco convencido el presidente de la comunidad.»
Las personas se miran unas a otras y se interrogan cómo van a realizar tal labor; ¿cómo solucionar sus problemas si el gobierno les ha quitado hasta la escuela? los terratenientes ya no dan trabajo, las vías son de tierra y el transporte comunitaria que les moviliza hacia las ciudades está prohibido.
«Ya no podemos hacer queso ni vender; está prohibido hacer el queso en nuestras casas porque nuestras esquinas son rectas y no redondas. Así está la nueva ley, por eso nos toca vender la leche a 28 centavos a veces, indica María Perugachi, comunera.»
«A veces tenemos agua y a veces nos quitan el agua; el hacendado se lleva el caudal hacia su finca para los animales, frase tímidamente emitida por una joven que se sienta detrás de su madre.
«Antes bajábamos todos en las camionetas; ahí mismo metíamos los sacos de legumbres, papas, llevábamos las gallinas y los cuyes. Eso vendíamos y subíamos con las compras para la casa y para pagar el flete. Ahora se nos pudren las cosas. No ve que ya no dejan que llevemos las cosas en los camiones.»
«Nos falta unirnos compañeros, yo llamé a mucha gente este día pero como no es proyecto que van a dar algo, no quieren venir. Pero ésto es importante para nuestra organización, grita enérgicamente el presidente de la comunidad.»