Foto ~ Tamara Artacker / ig: @tamaraart3

Durante el mes de febrero de 2024 se experimentaron lluvias e inundaciones en todas las provincias del Ecuador. Estos eventos afectaron a más de 117 mil personas y dejaron cerca de mil damnificadxs. Las regiones más afectadas fueron las provincias de Manabí, Esmeraldas, Los Ríos, Guayas y Cotopaxi, y destacan las afectaciones en Chone, en donde las lluvias alcanzaron la denominación de desastre natural (EFE y Redacción Primicias 2024). Ecuador no es el único país en experimentar estos eventos climáticos extremos, en Perú, 17 departamentos fueron declarados en emergencia por las lluvias, y ocurre lo mismo en el estado de Acre en Brasil, y en Bolivia más 12 mil familias resultaron afectadas (France 24, Reuters, y EFE 2024).

A nivel mundial febrero del 2024 se convirtió en el mes más cálido en los tiempos modernos[1], con este mes se suman nueve consecutivos en los que la temperatura mundial alcanza su récord. Las olas de calor severa afectan desde 2016 especialmente al oeste de Australia, al sur de África y América (Poynting 2024). En el sur africano, la temperatura subió entre 4 y 5°C comparado con el promedio de febrero; en Asia, se vivieron episodios con temperaturas por sobre el promedio y en el caso de las temperaturas mínimas de la noche estas también estuvieron por debajo de sus promedios; por otra parte, en Europa, el sudeste tiene variaciones de entre 4 y 6°C (WMO 2024).

¿Quién genera la deuda ambiental?

Los datos indican que las regiones industrializadas son las que mayor variación presentan alrededor del tiempo (ver Ilustración 1), lo que interpela al discurso que pone la deuda ambiental en los territorios del sur global (Féliz y Melón 2023).

Uno de los motores del cambio climático son las emisiones de dióxido de carbono (CO2)[1] y los principales países contaminantes en el año 2019 fueron (toneladas per cápita entre paréntesis): Qatar (31.9), Bahréin (22.1), Kuwait (21.1), Emiratos Árabes Unidos (20.2), Omán (16.5), Brunéi (16.1), Australia (15.6), Luxemburgo (15.3), Canadá (15.1), Arabia Saudita (14.7), y  Estados Unidos (14.7) (DataBank 2024a). Esta información muestra claramente que la deuda ambiental no se encuentra en los países del sur global, lo cual se reafirma con los datos sobre las emisiones totales de gases de invernadero (millones de kilo toneladas entre paréntesis): China (12.7), Estados Unidos (6.15), India (3.41), Rusia (2.41) y Japón (1.15) (DataBank 2024b). Respecto a las actividades agrícolas, tanto Sudamérica como África emitieron en 2021 menores cantidades de CO2 como producto de la actividad agropecuaria, en comparación con América del Norte y Europa (ver Ilustración 2).

Otro de los sectores a los que usualmente se apunta es a la ganadería como otro de los motores del cambio climático. Sin embargo, al tomar las emisiones de metano (CH4) como principal componente emitido de la actividad ganadera se puede observar que Asia es nuevamente el primer contaminante (ver Ilustración 3), y Europa parecería contaminar menos que Sudamérica y África, no obstante, al observar la relación con el número de cabezas de ganado existente esta relación cambia, pues Europa contamina 0.603 toneladas por animal frente al 0.356 de Sudamérica y el 0.174 de África (FAO 2022).

¿Por dónde entender el cambio climático y la agricultura?

En la cumbre de 2023 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se reconoció a la agroecología como una alternativa que funciona frente a los efectos del cambio climático en la agricultura (IPCC 2023). El cambio climático se definió por la FCCC (1992) como cambios en el clima que se producen directa o indirectamente por la actividad de la humanidad, lo cual produce afectaciones en la atmosfera y acelera los ciclos naturales de la variabilidad del clima. Además de esto, los eventos climáticos extremos también tienden a durar más, a cubrir más espacio físico, lo cual afecta directamente a la actividad agropecuaria en los eventos que se presentan a continuación (Bhadouria et al. 2019, Benitez-Alfonso et al. 2023, López Feldman y Hernández Cortés 2016).

Cerca del 80% de la variación en la productividad de los cultivos están relacionadas con los cambios en los factores ambientales. En las zonas altas el incremento de entre 1 y 3°C también ayudaría al aumento momentáneo de la productividad para luego empezar a decrecer (Bhadouria et al. 2019). Por ejemplo, el maíz podrían incrementar su productividad entre un 10 y 15% entre 2021 y 2060 pero bajaría entre el 5,8 y 21,7% entre 2061 y 2100 (Quan et al. 2024). Los efectos en la agricultura industrial se pueden ver con la sequía en Estados Unidos, que en 2012 cerca del 55% de la superficie tuvo consecuencias y pérdidas de rendimiento de alrededor del 30% (Nicholls y Altieri 2019). El avance de las altas temperaturas hizo que solo en Texas se tengan pérdidas en los cultivos por 20 billones de dólares en 2022, frente a los 8 billones de pérdida que existió en la sequía del 2011 (Ballor 2024).

Estos efectos se extienden a todo el mundo, y son aún mayores en los territorios en los que actualmente ya tienen altas tasas de inseguridad alimentaria como Pakistán (Daily Times 2024). En el caso de los Andes, el efecto más palpable se da con la reducción de los glaciares, lo cual incide en la oferta hídrica de las localidades. Se prevé que la temperatura se eleve en los países de Sudamérica provocando una escasez del agua, mientras en la parte del sur se esperan temperaturas más bajas (Lozano-Povis, Alvarez-Montalván, y Moggiano 2021).

En Kenia, el aumento de las lluvias puede tener efectos positivos en un grupo de productos, pero negativo en otros. Y también las pequeñas propiedades serían la que consigan mayor rentabilidad en sus propiedades frente a las grandes superficies (Ochieng, Kirimi, y Mathenge 2016). En Bolivia, los bosques enfrentan problemas debido a los incendios que se producen ante la alteración de la nubosidad y el viento (Lozano-Povis, Alvarez-Montalván, y Moggiano 2021). En territorios como Zimbabue la falta de políticas gubernamentales hace que la totalidad de esfuerzos se encuentre en manos de lxs agricultorxs (Makuvaro et al. 2018).

En Ecuador, la investigación sobre los efectos del cambio climático aun es limitada, y los registros también resultan difíciles de homogeneizar. La investigación al momento se ha centrado en glaciares  y en el aprovechamiento de la biomasa (Cadilhac et al. 2017). Por ejemplo, en el volcán Cotopaxi se perdió el 40% del área glaciar entre 1976 y 2006 (Ludeña y Wilk 2013). Por otra parte, las estimaciones de Palacios-Estrada, Massa-Sánchez, y Martínez-Fernández (2023) muestran que las consecuencias del cambio climático en Ecuador afectarían principalmente al sector agrícola, en donde, la erosión del suelo por precipitaciones constantes reduciría la superficie disponible para la producción de alimentos.

Otro de los efectos es la pérdida de ingresos de un gran porcentaje de la población pues a nivel mundial aproximadamente el 39% de la población depende del sector agrícola en términos de empleo (Bhadouria et al. 2019). Los pronósticos apuntan a que el cambio climático recrudecerá la precariedad en las que las agriculturas familiares y campesinas se encuentran (Bhadouria et al. 2019, Makuvaro et al. 2018). En especial quienes se dedican a monocultivos debido a la vulnerabilidad a nivel ecológico que estos cultivos generan. Dado que la estandarización en la alimentación en el planeta está limitada a tres cultivos y catorce animales con destino de proteína (Nicholls y Altieri 2019, Bhadouria et al. 2019).

La pobreza crece más ante caídas de la producción que, la reducción ante incrementos de la misma proporción. En los casos del este asiático, Latinoamérica y el Caribe ante incrementos en la productividad agrícola, solo la primer región experimentó menores tasas de pobreza (López Feldman y Hernández Cortés 2016). En el caso ecuatoriano, Guangaje puede ser una de las parroquias que explique la relación entre los cambios en la temperatura y la inseguridad alimentaria que se vive durante esos cambios (Lozano-Povis, Alvarez-Montalván, y Moggiano 2021).

Lxs agricultorxs históricamente se han adaptado a las condiciones climáticas, sin embargo, el contexto actual se caracteriza por la incertidumbre y una aceleración en la variación climática de la cual se desconoce cuán rápida puede ser la adaptación de lxs productorxs (López Feldman y Hernández Cortés 2016). Existe la evidencia que un manejo de suelos y sin labranza puede ayudar a mitigar los efectos por las emisiones de N2O en el caso de Brasil (da Silva et al. 2024). En Canadá las rotaciones no solo de cultivos sino de variedades prueban ser una opción para el manejo adaptativo frente al cambio climático (Lychuk et al. 2021). Además de los esfuerzos individuales y colectivos de lxs productorxs se requiere de la construcción de diques especialmente para preservar el azúcar, arroz y trigo (Lozano-Povis, Alvarez-Montalván, y Moggiano 2021).

A manera de conclusión

La influencia del cambio climático es más frecuente e intensa en los últimos años en todo el mundo. Sin duda esto aumenta las presiones que el sector alimentario ya tenía producto de la estandarización en la producción y consumo. Parte de los discursos se han centrado en la necesidad de cambiar hacia energías más sostenibles, pero sin dejar la lógica del dominio sobre el sur global. Los bio combustibles son muestra de ello, al dejar reemplazarlos por combustibles fósiles en el norte, pero dejar grandes huellas ambientales en los territorios donde se produce la materia prima (Féliz y Melón 2023). Las alternativas hacia sistemas adaptativos de agricultura existen y se han desarrollado a través del gran paraguas de la agroecología, sin embargo, la magnitud de los eventos climáticos exige la integración de políticas que creen infraestructuras necesarias para reducir los daños a la producción y a la vida de las personas que habitan en las zonas rurales. Hay que tener en cuenta además los efectos que no son visibles como la adaptación de plagas y enfermedades a nuevas zonas producto de la variabilidad climática, tema que se tratará en un siguiente número.

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Notas:

[1] Con referencia a marzo 2024

[1] Las emisiones de dióxido de carbono son las producidas por el uso de combustibles fósiles y la fabricación de cemento.

Bibliografía:

Ballor, Claire. 2024. “James Beard Foundation sounds the alarm on impact of climate change on restaurants.” Dallas Morning News, 22/01/2024. https://www.dallasnews.com/food/restaurant-news/2024/02/21/james-beard-foundation-sounds-the-alarm-on-impact-of-climate-change-on-restaurants/.

Benitez-Alfonso, Yoselin, Beth K. Soanes, Sibongile Zimba, Besiana Sinanaj, Liam German, Vinay Sharma, Abhishek Bohra, Anastasia Kolesnikova, Jessica A. Dunn, Azahara C. Martin, Muhammad Khashi u Rahman, Zaki Saati-Santamaría, Paula García-Fraile, Evander A. Ferreira, Leidivan A. Frazão, Wallace A. Cowling, Kadambot H. M. Siddique, Manish K. Pandey, Muhammad Farooq, Rajeev K. Varshney, Mark A. Chapman, Christine Boesch, Agata Daszkowska-Golec, y Christine H. Foyer. 2023. “Enhancing climate change resilience in agricultural crops.”  Current Biology 33 (23):R1246-R1261. doi: https://doi.org/10.1016/j.cub.2023.10.028.

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David Singaña Tapia

Investigador del OCARU

Ingeniero en Ciencias Económicas, Master en Desarrollo Territorial Rural, realiza sus estudios de doctorado en la Universidad Justus Liebig – Giessen, Alemania.

Integra el grupo HINASES (Human-nature Interactions in Agricultural Socio-Ecological Systems).

Líneas de investigación y publicación: Soberanía Alimentaria, Agricultura Familiar y Acuerdos Comerciales.

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