
En el primer número de esta serie se enunció la distribución de las emisiones de carbono, y también de metano (CH4) -uno de los principales indicadores de la contaminación ganadera alrededor del mundo- en este sentido, Europa presentaba más emisiones de metano por cabeza de ganado a comparación de Sudamérica y África en 2021. A nivel global el discurso apunta a la producción ganadera como uno de los principales motores de las emisiones de gases de invernadero -dióxido de carbono, óxido nitroso y metano- y por tanto del cambio climático, a ello también se puede sumar los efectos en cuanto a las emisiones de amonio -en caso que existan grandes concentraciones de ganado-, y los desequilibrios nutricionales (Leinonen 2019, Parra-Cortés y Piñero-Vázquez 2019).
Sin embargo Danilo Pezo (2019) debate este punto, pues menciona que la relación entre la producción ganadera y el cambio climático debe ser estudiada más a fondo. La necesidad de alimentar al mundo es uno de los problemas principales que enfrentan los sistemas agropecuarios, paralelamente la producción también tiene que responder a criterios agroecológicos para que sea sostenible (Stark et al. 2014, Alexandre et al. 2014) ante el contexto de la crisis de hambre y energética (Alexandre et al. 2014), donde, el Sur Global tiene la tendencia de alimentar a la población (Parra-Cortés y Piñero-Vázquez 2019, Pezo 2019). Sin que los intercambios sur norte sean los únicos ya que el comercio legal e ilegal es también importante dentro de Sudamérica (Pezo 2019).
Actualmente, los sistemas de producción de cultivos y ganado se piensan de manera independiente lo cual limita las potencialidades que se tienen al combinarlos (Bonaudo et al. 2014, Müller 2019, Alexandre et al. 2014, Thompson y Nardone 1999). Esta separación también se traduce en una especialización territorial en la producción separada de cultivos y ganado, lo cual genera nuevas identidades geográficas (Puech y Stark 2023). Esto es un proceso que viene apoyado por los contextos políticos y económicos, en donde, las economías de escala se colocaron como las principales desde la década de 1960 apoyadas en el uso intensivo de insumos y especies mejoradas (Bonaudo et al. 2014, Bover-Felices 2020, López-Vigoa et al. 2017), esto está acompañado de la externalización de los costos ambientales en donde prima el pensamiento reduccionista (Bonaudo et al. 2014).
La producción de ganado en Latinoamérica está asociada principalmente a procesos de deforestación, es decir, la expansión depende que cada vez se reemplacen más bosques por pastos. Para Calle, Murgueitio, y Chará (2012) la expansión de esta actividad será más intensiva debido a los patrones de consumo que se acarrean desde la colonización, la demanda de los derivados cárnicos y por las dificultades biofísicas de la actividad agrícola en ciertos territorios. En Latinoamérica las zonas más amenazadas con esta expansión son el chaco compartido entre Bolivia, Paraguay y Argentina, la Amazonía de Brasil, y las zonas semiáridas de Chile y Argentina (Parra-Cortés y Piñero-Vázquez 2019).
A nivel mundial la década de 1960 representó la intensificación en la producción pecuaria (ver Figura 1). Y fue nuestro continente el que mayor variación[1] en las emisiones de metano registró. Pese a que la tasa de variación a nivel mundial se ha ido estabilizando en emisiones y número de cabezas de ganado, las dinámicas varían entre los continentes. Tanto Asia como América del Sur registran incrementos en la existencia de ganado en la última década mientras que Europa y América Septentrional[2] decrecen el número de existencias en sus territorios. De hecho, para el caso de Europa en el año 1992 este continente registró la tasa de variación más negativa de existencias de ganado mientras que Asia la más alta en el mismo año, lo cual, puede mostrar la deslocalización de los sistemas productivos más allá de los patrones de consumo. Precisamente, la intensidad de las emisiones de CH4 dependen de varios factores entre los que se encuentran: la variedad de la dieta, la periodicidad de la alimentación, y la digestión de los alimentos (Jaramillo 2019, Alexandre et al. 2014). En las zonas tropicales ese es uno de los principales retos al ser espacios donde los pastizales no tienen alto contenido nutricional (Parra-Cortés y Piñero-Vázquez 2019).

Por otro lado, el sector ganadero también contribuye positivamente a la sociedad a través de la generación de recursos económicos, y el aporte a la alimentación. Además, para el caso de la zona tropical la actividad ganadera puede ser aprovechada para la generación de energía y la recuperación de la fertilidad de los suelos (Calle, Murgueitio, y Chará 2012, Müller 2019). No obstante, a criterio de Duval, Cournut, y Hostiou (2021) las condiciones de los trabajadores de este sector es más difícil que la de los trabajadores agrícolas, debido a que el cuidado de animales no puede ser postergado y tiene que ser diario. En este marco, es importante considerar que un enfoque agroecológico de la ganadería cambiaría las condiciones laborales en este sector (Duval, Cournut, y Hostiou 2021).
Alternativas
La clave para encontrar un sistema productivo sostenible y en correspondencia con el ambiente es imitar a la naturaleza. En este sentido es necesaria la integración de ciclos que alimenten a la naturaleza en lugar de simplemente extraer su riqueza (Alexandre et al. 2014, Thompson y Nardone 1999). Los sistemas silvopastoriles se colocan como una alternativa real en la producción ganadera, y resulta importante pensar en las estrategias para poder financiar esta transición (Parra-Cortés y Piñero-Vázquez 2019). Los sistemas silvopastoriles modernos se pueden clasificar como una forma de agroforestería[3] ya que está pensado tanto en la dimensión del tiempo como del espacio y requiere de un entendimiento en las relaciones jerárquicas dentro de los ecosistemas. Los sistemas silvopastoriles combinan: plantas forrajeras, árboles y ganado en un sistema manejado intensivamente (de Wit et al. 1995).
Los sistemas integrados de cultivos y ganado permiten aprovechar las potencialidades de ambas actividades (Bonaudo et al. 2014, Stark et al. 2014), entre las que se encuentran el aumento de la inmunidad a pestes y enfermedades, menores requerimientos de capital e insumos externos (Bover-Felices 2020). Estos sistemas son heterogéneos y pueden ser sistemas intensivos en insumos externos o independientes de ellos. En el último de estos niveles se encuentra el reciclaje casi total de todos los recursos naturales generados. Para Bonaudo et al. (2014)existen tres funciones principales de un ecosistema: la inmunidad, el metabolismo y la producción. Para lograrlo se requieren de las siguientes características:

La hipótesis a la que llegaron Bonaudo et al. (2014) fue que se puede integrar la producción de cultivos y ganado con los principios agroecológicos y que se podrían tener mejores rendimientos que en un sistema que depende de insumos externos a la finca. La calidad de los forrajes y pastos puede beneficiarse de la presencia de árboles, además las hojas de los árboles pueden ser empleadas como alimentos especialmente en las zonas áridas en las que el pasto no logra desarrollarse, adicionalmente, la presencia de árboles ayuda a estabilizar la temperatura del sistema (de Wit et al. 1995). Además de disponer de un ingreso extra con la madera a largo plazo. Los sistemas silvopastoriles ayudan a enriquecer la dieta del ganado y permiten una mayor disponibilidad de alimento a lo largo del año, en algunos casos la adopción de este enfoque redujo en 21% las emisiones de metano, y respecto al suelo la emisión de óxido nitroso se redujo en 36% (Sotelo et al. 2017).
¿En dónde funcionaron?
Un experimento en México mostró que los sistemas silvopastoriles tienen una mayor captura de carbono que los sistemas de crianza en campo abierto (de Wit et al. 1995). En Colombia, en la región del Quindío se logró observar el incremento en el número de aves ante la implementación del sistema silvopastoril que fue pensado en el escalamiento al ecosistema alrededor de las zonas de producción (Calle, Murgueitio, y Chará 2012).
En Ecuador también se ha puesto en práctica programas de alianzas público-privadas para lograr la mitigación de las emisiones de gases de invernadero en el sector ganadero. A decir de FAO (2020) el proyecto logró mejorar la eficiencia de la producción en un 17,7%. Con estos resultados Chamba Bernal, Bermeo Cuenca, y Sarango Ortega (2020) sugieren que la estrategia se debería ampliar a zonas en la que la ganadería causa mayor desertificación y deforestación como Manabí, Loja, y especialmente El Oro en donde se pueden lograr mejores rendimientos sin la necesidad de tecnificar las unidades de producción.
El caso de Ecuador emula al comportamiento de Sudamérica (ver Figura 2), el año en el que más se amplió el número de ganado fue en 1966, hecho que puede tener relación con la primera Reforma Agraria de 1964. A lo largo de los años, la cantidad de ganado no ha tenido grandes saltos, no así las emisiones de metano, que tuvieron dos picos en 1996 y 2006. Es más entre el 2020 y el 2021 la cantidad de animales decreció en 6,3%, hay que resaltar que 1 de cada 3 litros de leche viene de unidades productivas menores a 20 hectáreas en Ecuador (FAO 2020).

A manera de conclusión
Nos encontramos en un contexto de creciente demanda de alimentos, y el ganado se ha convertido en una de las fuentes principales a lo largo de los últimos 60 años. Varios discursos apuntan a que este es uno de los principales contaminantes y lo colocan como eje para combatir el cambio climático, sin embargo, como se pueden ver en las series de tiempo, el incremento del número de ganado no necesariamente incrementa en la misma magnitud las emisiones de metano. Como mencionaba Pezo (2019) las relaciones son más complejas que solo apuntar al ganado como tal, en este sentido uno de los elementos principales puede estar concentrado en las condiciones en el que el ganado es criado. El integrar mejores prácticas como las silvopastoriles puede no solo reducir las emisiones sino también generar mayores ingresos en las unidades de producción. Sin duda, otro elemento clave dentro de este debate también es la creciente demanda de un número limitado de proteínas que reduce los incentivos a la producción de otras formas alimentarias.
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Notas:
[1] Por variación se entiende al cambio de un año al otro, es decir cuánto incrementan o decrecen las emisiones de un año respecto al anterior año.
[2] Canadá y Estados Unidos
[3] Los sistemas agroforestales se distinguen de los sistemas especializados de cultivo por tres condiciones necesarias: el funcionamiento depende de las interacciones entre las especies, la abundancia de la biodiversidad, y la producción de múltiples servicios ambientales y productos (Alexandre et al. 2014).
Bibliografía:
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David Singaña Tapia
Investigador del OCARUIngeniero en Ciencias Económicas, Master en Desarrollo Territorial Rural, realiza sus estudios de doctorado en la Universidad Justus Liebig – Giessen, Alemania.
Integra el grupo HINASES (Human-nature Interactions in Agricultural Socio-Ecological Systems).
Líneas de investigación y publicación: Soberanía Alimentaria, Agricultura Familiar y Acuerdos Comerciales.