El Comercio
Bartolo Tarita se rasca la cabeza pensando cómo hará para recuperar el dinero que invirtió para sembrar media hectárea de arroz.
Estaba por cosechar la próxima semana, pero el río Vinces no se lo permitió. El afluente rompió el pasado martes tres muros de contención en la parroquia Junquillal, donde Tarira tiene su terreno. El río inundó rápidamente los cultivos de la parroquia y dejó a los campesinos con los brazos cruzados. No esperaban que el Vinces creciera con tal rapidez y mucho menos este mes. «Nos cogió desprevenidos, nunca ha pasado que se desborde ya bien entrado el año», dice el campesino de 54 años desde la orilla de la carretera. Por ahora y hasta cuando bajen las aguas, la única manera de llegar a su terreno es en una canoa. Francisco Rosales, un escuálido adolescente, lo ayuda a rescatar las pocas matas de arroz que sobresalen del agua estancada. Miguel, hermano de Tarira, también se las ingenia para recuperar las matas que se salvaron. Con su hijo menor maniobran en una canoa entre los arrozales que se fue ‘a pique’. «Así mojado como mucho podemos sacar unos cuatro quintales. Pero así el arroz mojado nos quieren pagar menos», dice el campesino. Los cultivos más afectados en Salitre están en los recintos La Pelea Justa, La Curva y Tintal de Abajo. Según el Municipio, en toda esa zona se afectaron 300 hectáreas de cultivos de arroz. Otra mínima cantidad de cacao también se dañó. Los campesinos calculan que debían cosechar alrededor de 30 sacos de arroz por cada hectárea cultivada. «Aquí se gasta un promedio de USD 700 en sembrar una hectárea. Solo el saco de semilla de arroz nos sale por USD 64», explica Daniel Salazar, propietario de una piladora del sector que se inundó. Los campesinos solo esperan que bajen las aguas para volver a sembrar. «Ojalá que a través del Gobierno nos faciliten las semillas y los fertilizantes para empezar de nuevo», pide Salazar. Los agricultores dicen que por cada hectárea cosechada debían obtener una ganancia promedio de USD 1 200. Muchos de ellos, como los hermanos Miguel y Bartolo Tarira, se endeudaron para adquirir las semillas. «Por cada hectárea hay que poner cuatro sacos de semillas. Y ni se diga que hay que pagar a los jornales», dice Salazar.