El Comercio
El sueño de Brasil de hacer del etanol un combustible de flujo libre en el mundo, en igualdad de condiciones con los derivados de petróleo, camina trabado por nuevos y viejos desafíos tras un arranque prometedor. La meta de posicionar con fuerza en el mercado internacional al etanol solo se alcanzará cuando haya «más países en posición de comprar y ofertar», señaló Eduardo Leão de Sousa, director de Unión de la Industria de la Caña de Azúcar (Unica), organización representativa de las mayores productoras de este biocombustible en este país.
Brasil y EE.UU. son responsables por casi el 85% de la producción mundial de etanol, según la Agencia Internacional de Energía. Como es destinado casi totalmente al consumo interno, su venta en los mercados internacionales es aún mínima. De Sousa indicó que la demanda indispensable para estimular la producción del etanol no nace espontáneamente, sino que depende de políticas públicas, como la que obliga a mezclarlo con la gasolina. Las mayores demandas tienden a consolidarse en EE.UU., que adoptó en el 2007 un programa con metas anuales crecientes de consumo de biocombustibles hasta el 2022, así como en la Unión Europea (UE), que pretende elevar a 10 por ciento la proporción de combustibles renovables para los motores usados en el transporte hacia 2020.
El mandato de Washington limita en 56 780 millones de litros el consumo anual de etanol convencional, como el producido a partir del maíz, un volumen que ya casi fue alcanzado. El grueso del incremento hacia la meta de 132 500 millones de litros para el 2022 deberá, por lo tanto, provenir del elaborado desde la celulosa, un proceso incipiente y aún demasiado caro.
El etanol a partir de la caña de azúcar fue clasificado como «avanzado» por la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, al reconocer que emite menos de la mitad de los gases de efecto invernadero generados por la gasolina, considerando todo el proceso de producción y consumo, incluyendo el uso de la tierra para el cultivo del insumo. Muchos países adoptaron el etanol como aditivo a partir de los años 90. Pero son numerosos los casos de aplazamiento, de programas nacionales o solo experimentales. Japón, por ejemplo, duda en hacer obligatoria la mezcla de tres por ciento, fijada desde el 2003, pero hasta ahora de carácter voluntario.
El sueño de Brasil de hacer del etanol un combustible de flujo libre en el mundo, en igualdad de condiciones con los derivados de petróleo, camina trabado por nuevos y viejos desafíos tras un arranque prometedor. La meta de posicionar con fuerza en el mercado internacional al etanol solo se alcanzará cuando haya «más países en posición de comprar y ofertar», señaló Eduardo Leão de Sousa, director de Unión de la Industria de la Caña de Azúcar (Unica), organización representativa de las mayores productoras de este biocombustible en este país. Brasil y EE.UU. son responsables por casi el 85% de la producción mundial de etanol, según la Agencia Internacional de Energía. Como es destinado casi totalmente al consumo interno, su venta en los mercados internacionales es aún mínima. De Sousa indicó que la demanda indispensable para estimular la producción del etanol no nace espontáneamente, sino que depende de políticas públicas, como la que obliga a mezclarlo con la gasolina. Las mayores demandas tienden a consolidarse en EE.UU., que adoptó en el 2007 un programa con metas anuales crecientes de consumo de biocombustibles hasta el 2022, así como en la Unión Europea (UE), que pretende elevar a 10 por ciento la proporción de combustibles renovables para los motores usados en el transporte hacia 2020. El mandato de Washington limita en 56 780 millones de litros el consumo anual de etanol convencional, como el producido a partir del maíz, un volumen que ya casi fue alcanzado. El grueso del incremento hacia la meta de 132 500 millones de litros para el 2022 deberá, por lo tanto, provenir del elaborado desde la celulosa, un proceso incipiente y aún demasiado caro. El etanol a partir de la caña de azúcar fue clasificado como «avanzado» por la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, al reconocer que emite menos de la mitad de los gases de efecto invernadero generados por la gasolina, considerando todo el proceso de producción y consumo, incluyendo el uso de la tierra para el cultivo del insumo. Muchos países adoptaron el etanol como aditivo a partir de los años 90. Pero son numerosos los casos de aplazamiento, de programas nacionales o solo experimentales. Japón, por ejemplo, duda en hacer obligatoria la mezcla de tres por ciento, fijada desde el 2003, pero hasta ahora de carácter voluntario.
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